La habitación (microrrelato)

miércoles, noviembre 08, 2006

La habitación es cálida. Es lo primero que percibes (si puedes) cuando entras por primera vez. Eso no es bueno. Ni malo. Una de las paredes está prácticamente cubierta por un poster gigantesco de Jim Morrison. Un icono de la música, y está muerto. Siento simpatía hacia él, quizás algún día lo conozca. Bajo el poster, un pequeño escritorio sostiene un portátil de formas aerodinámicas sepultado bajo un montón desordenado de cartas del banco antiguas, apuntes de la universidad y revistas pornográficas desgastadas por el tiempo. Aquí y allá descansan bolígrafos cercenados (sin capucha) o gastados, mirados por encima del hombro por un flamante rotulador Pilot que se reiría de sus desgraciados compañeros si pudiera. Si te diriges hacia la cama, y tienes la suerte de ser corpóreo, te encontrarás con varios obstáculos: el cable con la batería del portátil, una botella tamaño familiar de Cola medio vacía (o medio llena) y unos bongos que nadie toca. La cama, flanqueada por dos armarios de madera de cerezo, parece cómoda. Nunca podré comprobarlo.
Y lo más importante: el habitante actual (aparte de mí, naturalmente). Se pasa la mayor parte del tiempo sólo, no parece tener mucha suerte con las chicas. Y aunque odia admitirlo ante sus colegas, está profundamente preocupado por el cuidado de sus largos cabellos (greñas lo llamaría yo). Conserva un libro que le regaló una chica menuda hace tiempo desde que descubrió lo divertido que era lanzarlo y ver en que posición caía.
Pero he desistido de ahuyentarlo. Cada vez que me materializo ante él (algo que espantaba lo suficiente a los inquilinos anteriores, e incluso llegó en algún caso a provocar un amago de infarto), se piensa que soy el efecto secundario de alguna de las sospechosas sustancias que toma con frecuencia.
--Mooooola. -dice el estúpido.
No sé. Quizás después de trescientos años, haya llegado la hora de compartir piso.

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