Tus ojos son de fuego (fragmento)

jueves, diciembre 14, 2006

El viento esparció unos papiros por la blanda tierra del templo. Un joven (¿mi pupilo?) se apresura detrás de los papeles que reúnen todo el conjunto de mi obra. Tropieza con un guijarro y se le escapan de las manos los que ya sostenía ridículamente. Pero nadie ríe, ni siquiera sonríe.

Una multitud, casi todas mujeres, esperan a que el chico se coloque detrás de ellas, a unos metros, para que pueda comenzar la ceremonia. Seis vestales comienzan a entonar un cántico, grave, monótono. Silencio. Otras seis mujeres les acercan unos recipientes metálicos en los que reposa una llama oscilante. El cántico se eleva, más grave, cada vez más solemne. Las túnicas de un blanco níveo ondean y rompen el silencio ominoso.

La tranquilidad de las sacerdotisas contrasta con la respiración del hombre que hay inmovilizado en el altar en forma de rectángulo. Un sudor frío le recorre la espalda provocándole un escalofrío. Su rostro es una máscara de terror. Su rostro es mi rostro y a la vez no lo es.

El cántico se detiene. Una anciana, de mirada lechosa y paso inseguro, hasta ahora agazapada le tiende un objeto, que reluce con un brillo metálico, a la vestal con la túnica púrpura. Desde su posición, los ojos del hombre condenado (mis ojos) tan sólo alcanzan a vislumbrar la inmensa efigie de piedra frente a él.

El cántico reanuda su letanía, se eleva al cielo como una plegaria. Junto al hombre, la suma sacerdotisa pone ambas manos sobre su cabeza, la daga brilla como los ojos de una cobra. El rostro de la mujer de piedra. Lo reconoce, la reconozco. Es tu rostro. La sacerdotisa hunde el frío metal en el indefenso vientre. Lo último que el hombre ve (que veo) son los ojos de la estatua omnipresente, inmutable, dos rubíes facetados, tan brillantes como el fuego de Hades.

Esto es lo que soñaba cuando yacía contigo, Helena.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Estamos inspirados hoy, eh? :P

DJ dijo...

La verdad es que es un fragmento de un relato sin terminar. Un día de estos lo acabaré, si Neil Gaiman, digoo Dios, quiere.